(Articulo escrito por Aitor y Georgina). Aunque no existiese la mitología griega sería fácil reinventarla porque cada rincón de la isla invita a crear historias fantásticas. Los ruidos, los sabores, los olores y las sensaciones que desprende Creta son más sugerentes de lo que cualquier paladar, olfato y ojos puedan percibir. Desbordados por los placeres de Creta, uno no puede más que dejarse llevar, embriagado para disfrutar obscenamente tanto placer...
Llegamos a Creta buscando nuestro propio hilo de Ariadna, intentando que el laberinto cretense nos llevase a recovecos recónditos donde perdernos durante 9 días. Conscientes de que una isla del tamaño de Creta es inabarcable en tan poco tiempo optamos por distribuir nuestra estancia en tres zonas, siempre en torno a los alojamientos donde pernoctábamos, dejando el este para un futuro retorno.
En Creta se percibe claramente la pureza del carácter indómito de los cretenses en las zonas del interior de la isla. De la amabilidad, la pleitesía de las zonas turística como Rethimo, Chania o Heraclio, nos topamos con el muro de pueblitos como Anogia donde podemos vivir las tradiciones más puras, pero también chocarnos con la brusquedad (sobre todo inicial) de los lugareños, poco dados al contacto con el foráneo.
La llegada vía Atenas no tuvo más inconveniente que la espera en la capital griega hasta que salió el vuelo dirección Chania. Desde la segunda ciudad más importante de la isla nos esperaba una travesía en coche hasta el primer alojamiento, Milia, en un lugar recóndito de las montañas del oeste de Creta. Entre la semiaridez de las montañas subimos primero para descender a un oasis de vegetación espesa en un desfiladero, donde esparcidas están las cabañas donde dormiremos las tres primeras noches.
Desde el primer día las playas de Elafonisi con sus calas de arena rosa, teñidas de la “sangre” del coral nos hicieron dudar de si habíamos ascendido al Parnaso griego que tantas veces estudiamos cuando éramos pequeños. Por la tarde quisimos comparar Elafonisi con la otra playa famosa del oeste de Creta, Falasarna en el extremo noroccidental.
Para ello bordeamos el litoral, por carreteras zigzageantes, esquivando rebaños con pastores, e inmortalizando las señales agujereadas por el deporte nacional cretense.
Al día siguiente quisimos descubrir Chania, (ojo pronunciar Jania) que es una bonita ciudad portuaria cada vez más orientada al turismo, y donde proliferan las tiendas y los restaurantes.
Se podría comparar con Alghero en Cerdeña, por sus dimensiones y por ese olor a mar. Para los ociosos Chania es una ciudad para pasear de punta a punta, comprando productos típicos, como por ejemplo todo el calzado de cuero. Iniciamos nuestra particular ruta desde el baluarte Schiavo, un baluarte circular parte de las murallas venecianas que permitía a los venecianos (ubicados en la ciudad como un enclave estratégico para sus actividades comerciales con Oriente) avistar a los otomanos y a los piratas berberiscos. Descendemos hasta Firmas, la fortaleza donde se encuentra el Museo Naval. Desde aquí recorremos el puerto hasta el Faro que resguarda Chania. A cada paso un restaurante apetecible, y ante nuestros ojos la mezquita de los jenízaros, con sus cúpulas que ya nos indican su procedencia arquitectónica turca. Si avanzamos hacia el faro llegamos al arsenal veneciano, donde se manufacturaban los barcos.
Tras despedirnos de Milia y de la hospitalidad de Tasos, el camino nos llevó hasta el segundo campamento base, Pegasus, que se encuentra en Agia Paraskevi, en el litoral sur, a la altura de Rethimo. Además del buen ambiente con Kiriakos, lo más destacable es su emplazamiento, en una ladera que desciende hasta el mar. En coche en 5 minutos llegamos a Ligres, la playa más especial bajo nuestra opinión de todas las que vimos. Alargada y tranquila es el lugar ideal para practicar nudismo.
En estos días nos entretuvimos despidiendo el sol cada atardecer desde la playa de Ligres cuando llegábamos cansados de las excursiones de Rethimo, Moni Arkadi
Moni Preveli y Plakias
Los monasterios de Preveli y Arkadi nos brindaron la posibilidad de conocer más de la historia y la religiosidad de Creta. En Moni Preveli, uno de los centros de culto de la isla nos explicaron como sus monjes ayudaron a los soldados a aliados a escapar tras la invasión alemana. En agradecimiento, britanicos, neozelandeses y australianos contribuyeron a la reconstrucción de la isla, realizando donaciones para la construcción de nuevos templos, hospitales, colegios… Moni Arkadi guarda entre los muros de su convento una de las historias más trágicas y heroicas de la historia reciente de Creta.
Aquí se suicido en masa la población ante las tropas otomanas, haciendo estallar el polvorín.
De las playas de Plakias podemos decir que hacía demasiado viento como para disfrutarla (parece que cuando sopla el viento el sur es algo desagradable), y la de Preveli es preciosa, con la desembocadura de un río que muere en el mar, tiñendo sus aguas de un verde increíble. Por desgracia llegar es harto cansino porque hay cientos de escaleras, algo que no tira para a tras a los turistas extranjeros que la llenan.
Rethimo es otra de las grandes ciudades. A nosotros nos gustó mucho. El ambiente es extraordinario y callejear hasta desorientarse es hasta simpático. Lo más probable es que acabemos llegando a la fortaleza veneciana, o al puerto, que son de lo más fotogénicos.
Camino del tercer alojamiento no perdimos la oportunidad de visitar los recintos arqueológicos de Festos, Agria Triada y Gortina. El primero comprende el palacio monoico de Festos, quizá menos impresionante que Knossos, pero que ofrece una excavación y reconstrucción más creíble que la que hizo Sir Arthur Evans en Knossos.
Cerca, desviándonos de la carretera y sin encontrar apenas turistas llegamos a Agia Triada, una villa minoica de verano, más sencilla, y a diferencia de Festos ubicada en un espacio más sombriego.
La última parada antes de la casa Viglatora fue Gortina. Diseminados por una llanura donde los olivos impiden alzar la vista encontramos restos del templo de Apolo, un odeón romano cuyas paredes son losas donde hay escrito un código de leyes (la joya de la corona de Gortina), de una basílica cristiana del siglo V, varios templos dedicados a divinidades Egipcias, y de otros elementos romanos como un anfiteatro, el ágora y los baños romanos. Merece la pena la visita aunque sea sólo para comprender los estratos de culturas que habitaron la floreciente Gortina.
Casa Viglatora, regentada por Maria nos permitió conocer una Creta nada turística, en un enclave donde por la noche murciélagos, búhos, halcones y otros “bichos” nocturnos pululaban. Además los desayunos que nos preparaba María son dignos de mención. Abundantes como comidas, confeccionados con cariño y con productos típicos como miel, frutos secos, yogures, etc.., nos daban un extra de energía para afrontar las excursiones.
Si algo daba sentido a este viaje era conocer Knossos.
Tanta veces mencionado, por fin las fotos de los libros de texto se enfocaban en nuestros ojos, como si de una cámara fotográfica se tratase, intentando de no perder detalle. Si bien está explotada hasta la saciedad (con un merchandising brutal), y la dudosa reconstrucción del puzzle de piezas desorienta, la antigua ciudad minoica es mágica. La sala de los frescos de los delfines, la de las Dobles Hachas, o el salón del trono (que parece una procesión de los reyes magos, fotos y a la calle), o los almacenes con los gigantes Pitoi (vasijas para almacenar alimentos), o las reproducciones de otros famosos frescos que luego vimos en el Museo Arqueológico de Heraklio vienen acompañadas de una guía necesaria para conocer a fondo lo que significó Knossos, y aventurar las causas de su debacle (posiblemente una sucesión de seísmos).
La fama que precede a Heraklio de gran urbe, fea, desordenada y caótica merece desmitificarse en parte. Podemos decir que no es tan fea como la pintan, y que si aparcamos en los extramuros nos ahorraremos el lio de callejuelas y tráfico.
Los esfuerzos por limpiar la imagen son loables, y para nosotros fue una ciudad amable, con muchos locales de diseño, restaurantes heladerías y ambiente nocturno.
La herencia veneciana es visible, con sus murallas, su fortaleza portuaria, y la fuente Morosini. La Catedral neobizantina de Agios Minas y el Museo Arqueológico no se pueden dejar de ver. En el museo nos contextualizaran muchas de las piezas que se encontraron el Knossos.
Y al final, casi por azar encontramos el Hilo de Ariadna que nos ayudó a salir del laberinto del Minotauro, aunque si hubiese sido por nosotros nos hubiésemos vuelto a meter de nuevo para pedir a Teseo que nos dejase perdernos un rato más.
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